Muy probablemente, en algún momento de tu vida, hayas pensado o imaginado cómo sería estar en el Caribe, porque seguramente has visto alguna película y habrás soñado con estar en un lugar así. Hace un tiempo tuve oportunidad de conocer las playas de Bocas del Toro en Panamá, y de Puerto Viejo en Costa Rica, mi primer contacto con el Caribe, y en esta ocasión mus expectativas eran bien altas ya que por destino tenía a la renombrada Isla Saona, un paraíso en República Dominicana.
Salimos muy temprano de Santo Domingo una mañana con rumbo a Bayahibe. Sabíamos que íbamos a pasar de una ciudad colonial con mucha historia al Caribe para ver playas de arenas blancas y palmeras. Todos queremos sacarnos alguna foto en ese tipo de lugares, no lo vamos a negar, y sobre todo, tener esa experiencia de sumergirnos en esos mares de aguas tan claras y transparentes, respirar ese aire de playa. Me sentía muy agradecido por la posibilidad de tener esta visita, así que zarpé junto con todo el grupo de viaje rumbo a esa isla.
Antes de este viaje, había pensado muchas veces en cómo sería estar en estas playas, comencé a seguir muchas cuentas de Instagram y YouTube sobre lo que es la Isla Saona que prometía mucho, ya se ven tomas increíbles en videos y fotografías, al fin iba a tener la posibilidad de conocerla.
A medida que la lancha navega rumbo a la isla Saona, vemos cómo el paisaje va cambiando, y en un lapso de un poco más de media hora de navegación, pasamos por las piscinas naturales formadas por un banco de arena. Pudimos bajar en el mar, sumergirnos y hacer pie aún lejos de la costa en sí. En este mismo lugar se han filmado escenas de la película «La Laguna Azul», y también pensamos en clásicos más cercanos como Jurassic Park o Piratas del Caribe.
Cuando llegamos a la Isla Saona, no pudimos resistir la tentación de sacar nuestros celulares para capturar imágenes de las playas de arena blanca y de las clásicas palmeras. Una en particular se destacaba por encontrarse recostada sobre el mar, una imagen icónica, digna de portada de revista.
Ver estos escenarios es pensar en portadas de reels y carruseles para Instagram, en imágenes inspiradoras para fondos de pantalla, y en compartirlas con nuestras familias y amigos, quienes tanto nos apoyan y a quienes deseamos hacer partícipes de esta maravillosa experiencia que estamos viviendo.
La playa te invita en todo momento a recorrerla, a caminar por ella, y por supuesto, te invitaa sumergirte en sus aguas, a mojar tus pies, a lanzarte de cabeza y comprobar que el agua siempre está tibia.
Para los que vivimos en latitudes del sur, donde nuestros mares son más fríos, la idea de sumergirnos en un mar cálido, en un mar templado, resulta irresistible. Es una invitación a la cual no podemos negarnos. Muchos de nosotros pasamos varias horas dentro del agua cuando tenemos la posibilidad de estar en un lugar como este.
Durante este tour, tuvimos la oportunidad de probar la gastronomía local, que se caracteriza por ser simple y natural. Pudimos disfrutar de deliciosas bebidas, y en mi caso, no faltó la piña colada, que es mi trago favorito cuando visito este tipo de lugares y por supuesto no faltan los cocos.
Después de un maravilloso día en la playa, nos dirigimos nuevamente a la lancha que nos llevaría a un catamarán. Desde allí, tuvimos la oportunidad de disfrutar de una vista panorámica de la isla Saona, mientras escuchábamos bachata, merengue y salsa. Seguíamos disfrutando de diferentes combinaciones de tragos con ron al atardecer mientras regresábamos al puerto.
Concluyendo esta excursión y tal como siempre te comento en estos relatos de viaje, me pregunto ¿cuánto nos esforzamos realmente por conectarnos con estas sensaciones?
Y también ¿cuántos permisos nos damos para poder disfrutar de las maravillas que nos brinda la naturaleza?
Por Hernán Couste